INSPIRADAS, como pacientemente les enseñaron sus abuelas, mujeres de Cuto de la Esperanza introducen las agujas, una, otra e incontables veces, en la tela, bajo la técnica de punto de cruz, con la idea de elaborar carpetas, manteles, servilletas y una multiplicidad de bordados con detalles relacionados con los paisajes que les rodean y la flora y fauna que son tan suyas y las acompañan, en una prueba de coexistencia, en un ambiente que semeja un paréntesis para que el tiempo repose.
Son artesanas, mujeres que conocen, por añadidura, los secretos de la gastronomía, las fórmulas de la cocina, para desprender aromas y sabores que deleitan los sentidos, y que, a cierta hora, reunidas en las casas, elaboran sus obras en tela, la incrustación de hilos de colores que dan formas y expresiones dignas del más puro mexicanismo.
Antiguamente (hace todavía algunas décadas) las madres y las abuelas enseñaban a sus hijas y nietas, deshilado y punto de cruz. En las tardes, salían a las calles y sendas en troncos, bloques de piedra o sillas de madera, afuera de sus casas, elaboraban carpetas, manteles, servilletas, rebozos y piezas de inmejorable belleza. La gente del pueblo (hombres y mujeres) las saludaba amablemente porque todos se conocían entre sí. El caserío era el hogar, el punto de encuentro, la tierra nativa.