HAY PEDAZOS de mundo que, por su belleza imponente, su majestuosidad irrepetible, sus detalles cautivantes y supremos, parecen sustraídos de algún paraíso distante y perdido, y así San Miguel del Monte, al sur de morelia, a 15 kilómetros, con sus bosques que se multiplican hondonadas, montañas, cañones, escarpas y barrancos.
Las cascadas, los pinos y los escenarios naturales parecen eco de otros días, paréntesis que aísla del asfalto, los cristales, el concreto, las luces artificiales, y los rumores de la ciudad, y lleva a un sueño real, traslada a un vergel terrestre, devuelve al ser humano que lo ha perdido, y desde la flor minúscula y el hongo que crece en la humedad, hasta las cortezas musgosas, helechos y el follaje de los pinos, hogar de insectos, aves, reptiles y mamíferos, en un paisaje donde el agua brota de la intimidad de la tierra y fluye, se desliza en corrientes y vertederos, bajo un cielo azul profundo y nubes tejidas y plomadas, rizadas o deshilvanadas por el aliento del aire inalcanzable, la vida tiene mayor significado.